Oriente

Araceli Ardón

 

El Oriente, uno de los cuatro puntos cardinales, la dirección por donde se levanta el Sol, también se llama Levante, pero este nombre no ha sido tan afortunado. Cinco siglos antes de la era cristiana, los pensadores de la antigua Grecia dividieron el mundo en dos partes: Europa y Asia, divididos por el mar Egeo. Europa se definió como el Occidente y Asia como el Oriente. Más tarde se dieron cuenta de que ambas masas de tierra estaban unidas al norte del mar Negro, lo que hoy es el sur de Rusia.

Desde entonces hasta hoy, los que heredamos esta cultura nombramos a esas zonas como Oriente Próximo, Oriente Medio y Oriente Extremo, o Lejano. Sin embargo, nosotros, los americanos, cuando vamos a China o a Japón nos encaminamos hacia el Occidente. La visión del Oriente Lejano tiene a Europa como punto de partida. Es una referencia europea, no americana.

El Sol es la luz. La luz que ilumina nuestras vidas, la que en tiempos barrocos era considerada viva presencia de Dios Padre. Por eso las imágenes de Jesús, María y los santos tienen un nimbo dorado sobre su cabeza, con una aureola que la limita, como si el Sol habitara en ellos. El Sol es una deidad en muchas culturas antiguas y define su cosmovisión. Este concepto se encuentra en el pensamiento de nuestras etnias.

Cuando estamos extraviados, es decir desorientados, buscamos la luz, buscamos el Oriente. Nos colocamos de pie con la mirada hacia el punto donde sale el Sol, donde asoma sus rayos ese astro que domina nuestro sistema planetario. El Sol nos da calor cuando estamos ateridos de frío. Calienta nuestras casas, hace tibios los campos para que el grano crezca en la mazorca o la espiga.

El ser humano, tan insignificante frente al Universo, necesita del alba para marcar el tiempo, saber que inicia un día más, que tiene una nueva oportunidad entre sus manos. Hombres y mujeres quieren demostrar, con palabras y actos, que han alcanzado sus metas, que dejan un legado, que pueden trascender en sus hijos, que su existencia no ha sido en vano.

Oriente es nuestra guía, nuestra referencia más antigua. No ocurre igual con los otros puntos: el Sur o el Oeste son los menos recurridos. Buscar el Oriente nos lleva a orientarnos. También podemos orientarnos con la brújula o leyendo las sombras. De aquí surgen varios conceptos: la orientación vocacional nos ayuda a encontrar la profesión que nos da felicidad. Vamos por la vida buscando ese Oriente que nos ofrecen las lecturas, las películas, la conversación profunda con amigos. Necesitamos orientación todo el tiempo. La recibimos de profesores, de líderes de opinión, de teólogos y filósofos.

En las perlas, el oriente es el toque nacarado, la iridiscencia que distingue a una perla fina de una mediocre. La naturaleza se ha encargado de colocar varias láminas micrométricas, una sobre otra, para que la luz se refleje entre ellas. Las perlas que han perdido su oriente ya no brillan. Se llaman perlas muertas.

Buenos Aires y Montevideo son ciudades hermanas: entre ellas se encuentra el Río de la Plata que se abre para desembocar en el Atlántico. Para distinguir la ubicación del Uruguay, se le llama oficialmente República Oriental del Uruguay. Sus habitantes se denominan orientales. Jorge Luis Borges inicia así sus memorias: “No puedo precisar si mis primeros recuerdos se remontan a la orilla oriental u occidental del turbio y lento Río de la Plata; si me viene de Montevideo, donde pasábamos largas y ociosas vacaciones, o de Buenos Aires”.

La búsqueda del sol y la necesidad de su calor, llevan a los animales a migrar; las aves son las que llegan más lejos: pardelas, golondrinas o cigüeñas migran atravesando grandes distancias. Son capaces de vivir en Europa en verano y pasar el invierno en el sur de África.

Así serán los hombres y mujeres del futuro: migrarán constantemente. Ya son millones los que viven en el norte de América en verano, para pasar los días fríos del invierno en zonas cálidas. En Europa y Asia hay pueblos que siguen siendo nómadas y cambian de hábitat para lograr su pervivencia. Hay otras migraciones que no se hacen caminando: son afortunados que abordan aviones donde se sienten en casa, suben a trenes de alta velocidad y autobuses de lujo, hablan varios idiomas y se incorporan a la vida del país que los acoge. Van bien vestidos, con tarjetas de crédito que los blindan contra la adversidad. También ellos buscan su Oriente. En lugar de brújula llevan cuentas bancarias; su dinero hace girar al mundo. El reparto de los bienes no ha sido nunca justo. Pero eso es tema de otro texto, harina de otro costal.

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