Regalo

Araceli Ardón

 

Más allá de las palabras que demuestran afecto, están los objetos que regalamos a los demás para manifestar lo que sentimos.

En la Carta de Cristóbal Colón a los Reyes Católicos, uno de los documentos más importantes de la historia, el navegante declara que a los indios de las islas: “...a todo cabo adonde yo haya estado y podido haber fabla, les he dado de todo lo que tenía, así paño como otras cosas muchas, sin recibir por ello cosa alguna; mas son así temerosos sin remedio”.

Sin embargo, aclara Colón, una vez que los nativos de las Antillas tuvieron la seguridad de que los españoles no les harían daño: “...así, todos, hombres como mujeres, después de haber el corazón seguro de nos, venían que no quedaban grande ni pequeño, y todos traían algo de comer y de beber, que daban con un amor maravilloso”. 

Los seres humanos hemos regalado desde el inicio de la civilización. Una vez saciada el hambre, el niño más pequeño da una porción de su alimento a su cachorro o al compañerito de guardería. Entre animales se observa con frecuencia esta acción de compartir.

¿Regalamos porque deseamos conseguir algo de la persona elegida? ¿Nos sentimos obligados? ¿Es el regalo una forma de corrupción? Los especialistas en estos temas han llegado a establecer reglamentos muy estrictos para definir hasta dónde un jefe de compras puede recibir obsequios de sus proveedores. En muchas naciones se obliga a funcionarios públicos a devolver los regalos recibidos, es más, a no recibir nada nunca. Si por razones de fuerza mayor deben encontrarse con los ciudadanos fuera de la oficina, cada quien deberá pagar los alimentos que consume.

Cuando usted tiene que regalar algo, ¿piensa en lo que le gustaría a la persona que recibirá el obsequio, o le compra lo que usted prefiere, sintiéndose poseedor de un infalible buen gusto?

Muchos años antes de las redes sociales y los dispositivos móviles, mi suegra llevaba un cuaderno donde tenía los nombres de sus amigas y familiares, con su talla de ropa, su perfume, su color predilecto, los autores que leían, la música que les gustaba. Sus regalos eran un acierto. Era una mujer dedicada a los demás, que anotaba en su agenda los platillos que preparaba para recibir visitas, y tenía buen cuidado, en la siguiente ocasión, de no repetir el menú. Por supuesto, agradecía cada regalo enviando por correo un mensaje escrito a mano.

La dura jornada no nos permite poner tanta atención a los detalles. Sin embargo, la intención también cuenta: cuando me pongo accesorios que me han regalado, recuerdo todo el día a la persona que tuvo esa deferencia conmigo, agradeciendo a Dios su presencia en mi vida. La siguiente vez que nos vemos, los sentimientos afloran y se traducen en un abrazo de auténtico regocijo.

La costumbre de regalar a los poderosos va de la mano con actos cívicos, homenajes, premios, aniversarios, reconocimientos y exequias. Queremos estar en la celebración del triunfo. Expresamos condolencias y llevamos flores a la casa funeraria. Deseamos regalar desde el nacimiento hasta la tumba.

Algunas personas encantadoras tienen también una buena memoria. El pianista de un restaurante recuerda la canción favorita de un buen cliente y se la toca en cuanto lo ve entrar. Hay directores de orquesta que dedican piezas a las parejas que conocen, con la seguridad de que esa melodía significa algo importante para ellos.

Los compositores dedican versos a una ciudad o país, para que se interpreten en actos de efemérides, y que quienes escuchen la música se sientan aludidos. Es un regalo en forma de notas que va desde un corrido hasta un himno.

Hay regalos curiosos: al ser distinguido con el Premio Nobel de Literatura, Camilo José Cela recibió del Rey Juan Carlos un burro, en recuerdo de Platero, a quien Juan Ramón Jiménez inmortalizó en un libro que leíamos de niños. Dice el autor: “Platero es pequeño, peludo, suave... tan blando por fuera que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro. Lo dejo suelto y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas”.

A partir de ese regalo, Cela regaló asnos a otras personalidades y a también a las hijas del Rey cuando contrajeron matrimonio. En ocasión de la investidura de dignatarios, la Asociación para la Defensa del Borrico de España coloca grandes moños al cuello de jóvenes ejemplares y los lleva con manual de instrucciones a la casa del agasajado. Le cuento esto para que usted valore la corbata o la caja de chocolates que le den sus amigos en el próximo cumpleaños. Por lo menos no tendrá que alimentar al burro.

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